CONFESIÓN, LA MEJOR TERAPIA (II)


Muchos suelen decir: “Hablar de los problemas nos puede liberar de angustias”. “Confesar los errores nos llevará a la reflexión y a la corrección de la ruta a seguir”. “Reconocer nuestra limitación nos permitirá buscar instrumentos que nos permitan vencer los obstáculos”.
Son muchas las alternativas para auxiliarnos a enfrentar las dificultades: terapias, libros de autoayuda, conferencias, orientaciones, consejos, etc. Cada una de ellas tiene su valor.
La biblia nos presenta una forma muy personal e intima para ordenar nuestro mundo interior: la confesión.
Para la perspectiva interpersonal (uno con su prójimo), nos enseña que debemos abrir nuestros corazones a través del perdón, sea pidiendolo u ofreciendolo. Para la las relaciones sociales, garantiza que la sinceridad y la verdad son los pilares de una comunidad. Sin embargo, según la biblia ningún proceso interpersonal o comunitario logará ser victorioso si uno no se dispone a abrir su corazón de forma sincera, es decir, reconociendo sus limitaciones, errores y maldades. Ese proceso de confesión no empieza al hablar a los demás y si a Dios con intimidad.
Job (40.3, 4) encuentra la liberación de su dolor al confesar no comprender la razón de su sufrimiento y promete dejar de replicar
Neemias, el reconstructor de Jerusalén después del cautiverio babilonio al que fue sometido Israel (Neemias 9), declara la grandeza de Dios y confiesa la infidelidad de las personas a ese Dios bondadoso.
David, en el salmo 32, recuerda que el silencio de la no confesión  “envejece los huesos”. Uno se siente seco por dentro por su angustia.
Juan, el discípulo del Amor, destaca que a través de la confesión nos acercamos a Jesucristo (I Juan 2.1) y Pablo, el apóstol, nos garantiza que Jesús es la medida del equilibrio humano (Efesios 4.13), sea uno consigo mismo, con el prójimo y con su entorno.
La base para la confesión no son las culpas o las acusaciones y si la intimidad con Dios a través de la biblia, con amor, misericordia y gracia.
Abra tu corazón a Dios, en secreto, y prueba de Su divina terapia.
      Dirceu Amorim de Mendonça