No os olvidéis de hacer el bien y de compartir con otros lo que tenéis, porque esos son los sacrificios que agradan a Dios.
Hebreos 13:16 NVI

Lee Hebreos 13 a partir de la pregunta: ¿cómo hacer el bien? (v.16)
Amor y hospitalidad constante (v.1, 2);
Identificarse con los afligidos (v.3);
Honrar al matrimonio y no ser imoral (v.4);
Estar contento, sin avaricia (v.5);
Confiar en el Señor y sin temor (v.6);
Aprender de los pastores respetandoles (v.7, 17);
Recordar que Jesús no cambia (v.8),
No engañarse con las doctrinas (v.9);
Alabar a Dios por la salvación en Jesús (v.10-15);
Orar los unos por los otros (v.18 y 19);
Buscar ser perfeccionados en Jesús  (v.20 y 21);
Aceptar la corrección (v.21).

Seguidores e imitadores

Lectura: I Corintios 11:1

“Sed seguidores de mí, así como yo de Cristo.”

Mis hijos participaban en un campamento cuando dos personas se les acercaron y les preguntaron si eran hijos de Dirceu y Tirza, pues los veían “igualitos” a los padres.

¿Cuántos padres no se alegran cuando alguien dice cosas como esas a sus hijos, especialmente si además de la apariencia física siguen también el ejemplo de vida paterno?

Así pensaban los siervos de Cristo en los comienzos de la iglesia en lo referente a la vida cristiana. El apóstol Pablo afirma sin miedo que los que leían sus cartas deberían seguirle o imitarle, pues Él imitaba a Cristo.

El propósito de seguir a Cristo conlleva una gran responsabilidad. Pero para un siervo de Dios no es una carga, sino un placer, porque sabe que Jesucristo está vivo y actuando en su vida a través del Espíritu Santo, conformándole a Su imagen, así como Él es la imagen del Dios vivo, el resplandor de Su gloria.

No es arrogancia llamar a los demás a ver a Cristo en nuestras vidas si nos presentamos a ser embajadores suyos. Pablo no se sentía superior o infalible. Solamente tenía total confianza de que Dios actuaba en su vida y que así muchos conocerían a Cristo.


Al confiar en Dios según las promesas bíblicas, la responsabilidad de seguir e imitar a Cristo se materializará en nuestras vidas como un legítimo placer, más allá de lo que pedimos o pensamos. Si nos entregamos para que los demás le vean a través de nosotros, ¡qué descanso tenemos!