¿Y TÚ?


“El Rey David sirvió a su generación según la voluntad de Dios” Hechos 13.36

David no era perfecto, ni exento de errores. No tuvo una vida sin dudas o percances, ni estuvo alejado de muchas debilidades. Su generación era pecadora. Su rey había olvidado al Dios que lo había hecho rey y su pueblo se veía mareado por tantas batallas sin sentido.
David nació como el último de los hermanos que a su vez se fueron a las guerras, dejándole con los quehaceres del hogar de sus padres. Ellos se entrenaron como ejército y contra los ejércitos adversarios mientras que David fue entrenado en solitario contra enemigos inesperados como un león, un oso, quién sabe qué más. No protegía una nación, solamente ovejas indefensas. Su generación pidió un rey para olvidarse de un profeta. Pidió leyes para desechar la Ley verdadera. Buscó la riqueza con la medida de los pueblos vecinos, perdiendo su riqueza que tenía la medida de Dios.
David fue ungido rey sin dejar de ser pastor. Sus ovejas dejarían de tener lana y vivir en los pastos, pues serían gente con nombre y hogar. Sus enemigos no serían las bestias, sino seres racionales siempre actuando sin razón. Su generación se encontraría con un hombre según el corazón del Dios que había abandonado. Descubrirían el siervo que sería aclamado por siglos, incluso para explicar la misión de aquel que vendría para salvar al mundo, conocido como el Mesías, hijo de David. Solamente pudo servir a su generación porque esa era la voluntad de Dios.
Esa voluntad es eterna, es decir, no tiene fin y no tiene comienzo, pues está fundada en un Ser eterno, el Dios del universo. Es perfecta, pues no se equivoca, no se desvía y no se contamina. Es agradable, ya que su objetivo son los demás sin medir su auto-sufrimiento para que otros sean beneficiados.Es santa, según el significado más estricto de la palabra “santo”: separada para aquellos que en Él creen.
Las generaciones se renuevan y Dios continúa levantando siervos suyos que servirán a su generación según Su voluntad. Si el Señor me permite, ME APUNTO. ¿Y TÚ?      
Dirceu Amorim de Mendonça