Apocalipsis: EL ÁNGEL


Si hay un libro de la Biblia que habla de los ángeles, ese es el Apocalipsis. Al revés de lo que se podría pensar, esos ángeles no se presentan como figuras místicas con funciones ligadas al cambio de suerte de las personas (lo que muchos esperan en la actualidad) pero sí como ministros que ejecutan las obras de Dios (Salmo 103.20 “Bendecid a Dios, vosotros sus poderosos ángeles que ejecutáis su palabra obedeciendo la voz de su palabra”) y que menguan para que los mensajes que las obras transmiten realmente brillen (Ángel, del griego aggelos o angelos - mensajero).
Vivimos en tiempos tan místicos que a muchos les hace falta un permanente rocío de misterios para que su fe permanezca, pero la Biblia jamás será instrumento para fortalecer esas aspiraciones.
En ella encontramos una visión coherente del mundo espiritual, sin espacios para el misticismo contemplativo, razón por la cual el cristianismo se ve, desde hace siglos, tomado por ramas que no se preocupan con la interpretación fiel de las escrituras, dando alas a los sentimientos místicos populistas basados en la experiencia humana y no en la revelación de la Palabra de Dios. Se podría interpretar que para ellos es más importante mover multitudes que ser fiel al texto sagrado. Aunque el Apocalipsis haya sido escrito para multitudes, el libro trata de los misterios con una profunda seriedad.
Los ángeles en el Apocalipsis están conectados al mensaje. Se presentan de forma literal cuando anuncian hechos y los ejecutan cumpliendo  los  juicios  de  Dios  (quien  tiene  el  control  sobre  todo:

Apocalipsis 16.7 “...Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos!" ). Sin embargo, también son llamados “ángeles”, de forma figurada, a los que reciben el mensaje de Deus que evalúa nuestros actos  pasados y corrige actitudes del presente (Apocalipsis 2.4 y 5 “Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso...tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído. ¡Arrepiéntete! Y haz las primeras obras...”). Esos “ángeles” de la iglesia pueden ser una persona o una comunidad convocada a recibir y transmitir el mensaje.
Ampliando nuestra visión, siempre según la Biblia, los ángeles protegen a los siervos de Dios (Salmo 34.7 “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que lo temen y los defiende”). En el Apocalipsis esa protección será ejercida también a través del mensaje transmitido. No obstante, ese mensajero angelical jamás nos sustituirá en la responsabilidad que Dios da a cada uno de nosotros (I Pedro 1.12 “…las cosas que ahora os han sido anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas que hasta los ángeles anhelan contemplar”): la de anunciar su evangelio.
El compromiso de cumplir expresamente la Palabra de Dios es el cometido fundamental de la figura de los ángeles. Además, nunca son tratados como seres divinos y si celestiales, pues el divino merece adoración y a los ángeles no se presta adoración (Apocalipsis 19.10 “Yo me postré ante sus pies para adorarle, pero él me dijo: "¡Mira, no lo hagas! Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que tienen el testimonio de Jesús. ¡Adora a Dios! Pues el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía”).
Lo importante es recordar que las obras de Dios hablan y debemos comprender Su mensaje, aunque sean incomprensibles por su magnitud (Salmo 19.1 “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos”).
El desafío no está en ver cuántos ángeles están paseando por los aires ejecutando los juicios de Dios, incluso porque la propia Biblia nos advierte cuanto a ello (Colosenses 2.18 “Nadie os prive de vuestro premio, fingiendo humildad y culto a los ángeles, haciendo alarde de lo que ha visto, vanamente hinchado por su mente carnal”), pero sí cuántos de nosotros nos presentamos delante de Dios para que, como sus “ángeles” de forma figurada, transmitamos Su mensaje al mundo (Apocalipsis 3.1 “Escribe al ángel de la iglesia en Sardis...”).
                   Dirceu Amorim de Mendonça