EL AMOR QUE SANA

La historia del general sirio Naamán, registrada en el segundo libro de los Reyes (capítulo 5) en la Biblia, tiene lecciones importantes sobre la confianza que debemos tener en Dios. Es una historia con muchos detalles, principalmente sobre humildad, sumisión y principalmente sobre el amor.
El general estaba muy enfermo, tomado por lepra y confiando en la orientación de Eliseo, un profeta del pueblo de Israel que fue sanado por Dios. Él supo de la autoridad de ese profeta a través de una chica de Israel que le servía como esclava, que probablemente había sido llevada en una de las guerras que el había participado y justamente ella, quien podría tener más odio de su señor que nadie, es quien le sugiere el camino de la sanidad.
El amor es siempre presentado como un sentimiento que debe fluir naturalmente, como una pasión. Sin embargo aprendemos por la Biblia que el amor es en la verdad un compromiso, primero con Dios y después con el prójimo. Además, Cristo resume toda la ley de Dios en dos mandamientos que presentan tres principios fundamentales sobre el amor: amar a Dios, amar al prójimo y amar a si mismo.
Amar a Dios y al prójimo proporciona con que uno arregle su vida interior, su autoestima, o por decir de otra forma, el amor a si mismo. Aún siendo una esclava, la joven sabía en lo que creía y esto la fortaleció a tal punto que supo lo que decir, sabiendo que el mismo Dios que podría sanar a su jefe era el mismo que le amaba y le podría libertar.
Muchas malas actitudes de las personas resultan en mayor proporción que los problemas interiores que ellas tienen. Algunas veces reaccionan mal y desproporcionalmente al daño que el otro le hizo, demostrando que hay razones íntimas que le aumentan la herida. El amor del entorno le puede sanar esas heridas, sin embargo al demostrar amor a los demás relega su propio dolor a una importancia secundaria, y así se abre la oportunidad para la sanidad de otro y de uno mismo.
Cabe decir que los que son incapaces de ver el amor, todo lo toman como disputa o provocación. Para esos casos, debemos recordar que aunque alguien por su amargura se considere nuestro enemigo, nuestro compromiso es demostrarle amor, como lo hizo Jesús en la cruz, que al ver el ensañamiento de sus enemigos en contra de su vida dijo: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen"  (Lucas 23.34).
Dirceu Amorim de Mendonça